Ana Lucía Chaverri Morales
Maestría en Administración de empresas con énfasis en Sostenibilidad e Innovación, estudios de Posgrado en Contratación Administrativa. Consultora empresarial en escalabilidad de negocios, emprendimiento e innovación.
Universidad FUNDEPOS
“Vemos con el lente de nuestros valores y creencias y eso nos limita la posibilidad de hacer cambios y de introducir cosas nuevas a nuestra existencia”
Si algo tenemos en común los seres humanos es enfrentarnos, continuamente, a esa presión por adecuarnos a los distintos roles que son dictados por la sociedad.
Si es soltero que para cuando se casa; si se casa, para cuando los hijos; si tiene un hijo, para cuando el segundo; y una vez en el rol de maternidad cuándo dejará de trabajar para dedicarse al hogar y él que ya tiene un trabajo estable que se quede quieto hasta pensionarse. Estos y otros muchos roles socialmente esperados, según nuestros distintos contextos, edades y preferencias están presentes a diario.
Y es que si lo vemos desde una perspectiva neutra, las cosas a veces son muy difíciles de cambiar y preferimos adaptarnos y encajar en un entorno que nos sea o parezca conocido. Nos cuesta trabajo los entornos nuevos y lidiar con las miradas de desaprobación cuando las cosas no nos van bien. Y nuestra necesidad de afiliación y de pertenencia nos juega una mala pasada para que no seamos los “raros” en nuestro entorno.
En este punto la palabra innovar toma un sentido importante fuera del contexto corporativo y tecnológico al que estamos acostumbrados. Innovar es generar valor, transformar, crear. Si ; asi de sencillo, es crear valor para nuestro entorno. Valor como la percepción de que algo es apreciado, que merece ser considerado por encima del resto, algo que llama nuestra atención por su beneficio.
Imagínese por un momento que usted tiene puestos unos anteojos de sol, con el lente color rojo, que son el último grito de la moda. ¿Cómo será su visión?, pues todo lo verá en tonos rojos ¡Claro!. Pues, de igual forma funciona nuestra vida. Vemos las cosas con el lente y del color de nuestros patrones previamente establecidos; vemos lo que hemos aprendido que es bueno o malo; vemos con el lente de nuestros valores y creencias y eso nos limita la posibilidad de hacer cambios y de introducir cosas nuevas a nuestra existencia que generen un mayor valor.
“Si no aprendemos a innovar en el proyecto más importante de todos, nuestra vida, será muy difícil hacerlo en otros contextos”.
Por tanto, ¿podríamos innovar desde la gestión cotidiana de nuestras vidas? La respuesta es un rotundo sí.
La innovación es una actitud, una decisión de la búsqueda de puntos de quiebre de lo conocido; un sí a cambiar nuestros patrones establecidos y esos hábitos que nos alejan de un estado de mayor bienestar.
Atrás queda la trillada historia de que la innovación es exclusiva de mentes brillantes y con una tendencia única al ámbito empresarial, innovar es dejar de caminar por la senda conocida y explorar nuevos caminos, es cuestionarse y generar hipótesis, es ajustar nuestros modelos mentales y volver a salir al mundo para probarlos, es decirle si a la incertidumbre y coquetear con la posibilidad de abrazar las oportunidades de mejora e intentarlo varias veces más.
La innovación, expresada en un cambio en los procesos de gestión personal, en nuestros entornos, e incluso, en nuestra toma de decisiones sobre el futuro, es un buen inicio para volvernos innovadores; total, nadie da lo que no tiene y si no aprendemos a innovar en el proyecto más importante de todos, nuestra vida, será muy difícil hacerlo en otros contextos.
El proceso de innovar, jamás será un proceso lineal, con secuencias establecidas, más bien, es un proceso que deber fortalecerse con habilidades blandas personales que le permitan mostrar a veces una necesaria flexibilidad cognitiva y la autogestión necesaria para poder llevar a cabo las tareas y las validaciones necesarias.
Una buena forma de empezar a aplicar procesos de innovación en nuestra vida es mediante la observación y la curiosidad. Si; esa curiosidad, que se siente cuando somos más pequeños, esa que nos invita a cuestionar, a ser creativos, a no tener tantos limites, a buscar resolver problemas y crear valor en nuestros procesos. Y esto es posible con la práctica, con el entrenamiento cotidiano, con la revisión constante de nuestro comportamiento y el de los demás, con el compromiso de buscar crear nuestra mejor versión personal y generar un impacto positivo a los que nos rodean.
Al fin y al cabo, deberíamos tener claro que “El cambio no nos mata, nos mata no cambiar”.